Excmo. Sr. Presidente de la Real Academia Nacional de Medicina
Excmos. e Ilmos. Sres Académicos
Queridos Mª Eugenia, Vicente y Juan José
Compañeros y amigos, Sras. Y Sres.
Deseo agradecer a la Presidencia de la RANM la oportunidad que me brinda de sumarme, por medio de unas breves y sentidas frases, al recuerdo del Prof. Vicente Pedraza Muriel, académico de número de esta excma. corporación. Y lo hago, tanto a título personal como en representación de la RAMCV, en esta sesión necrológica que le rinde homenaje. Su fallecimiento a finales del pasado febrero, dejándonos cuando se encontraba en plenitud de facultades intelectuales y tomando parte activa de forma periódica en los cometidos de esta Real Academia, supuso un tremendo infortunio para todos nosotros, especialmente para sus colegas de especialidad médica –como lo soy yo- que durante muchos años convivimos con él compartiendo tanto preocupaciones y desvelos como éxitos y alegrías en el desempeño de la oncología radioterápica a la que, desde su preclara inteligencia, gran capacidad de trabajo y posiciones de máxima relevancia dedicó lo mejor de su persona.
Conocí a Vicente Pedraza en el Congreso Nacional de Radiología Médica de Santiago de Compostela en 1970, cuando él desempeñaba su trabajo como facultativo especialista en la Clínica Puerta de Hierro junto a los doctores Otero Luna y Ortiz Berrocal, y yo dejaba el Hospital Cantonal Universitario de Zurich para incorporarme al Hospital La Fe de Valencia. Y desde entonces, a lo largo de alrededor de 4 décadas, no hubo año en el que no coincidiéramos en reuniones científicas, cursos o congresos, de índole nacional o internacional, para compartir ideas, experiencias y proyectos.
El Prof. Carreras ha glosado magníficamente su brillante curriculum vitae, tanto desde el punto de vista médico asistencial como docente e investigador, por lo que no voy a repetirlo, aunque sí quiero remarcar su enorme categoría científica y docente. Sólo me permitiré apuntar algunas vivencias y momentos de contactos profesionales que me resultaron entrañables y que deseo destacar. Nuestro mutuo empeño en formar parte de los órganos directivos de nuestra especialidad médica, y proximidad cronológica –nacimos el mismo año-, hizo que él me sucediera tanto en la presidencia de la AERO (Sociedad Nacional de Oncología Radioterápica) como en la Junta Directiva de la ESTRO (Sociedad Europea). ¡Con qué satisfacción dejé ambos cargos sabiendo que en ellos me sucedía Vicente Pedraza! Aunque nunca me he considerado imprescindible, su talla intelectual, científica y moral, hacían que dejase esos cargos de elevada responsabilidad con enorme tranquilidad, sabiendo que los asumía un compañero más capacitado y con más merecimientos que yo, en el que tenía una absoluta confianza, que jamás defraudó, ni a mí, ni al resto de la comunidad oncológica radioterápica.
Y qué puedo decir de los múltiples cursos y congresos que organizó, y que discurrieron siempre con una brillantez inigualable. Baste citar uno de los primeros que él organizó en 1974, en Tenerife, siendo profesor agregado de la Universidad de La Laguna, el XIII Congreso Nacional de la SEREM, en el que tanto los asistentes nacionales como internacionales dejaron maravillados las islas afortunadas. No digamos ya lo exitoso y brillante del Congreso de la Sociedad Europea (ESTRO) que organizó en Granada 20 años después, en 1994 , recordado por muchos de los participantes de allende nuestras fronteras como uno de los mejores, tanto desde el punto de vista científico como organizativo y de actividades sociales.
Cómo no citar también las ceremonias de nombramientos de Dres. Honoris Causa por la Universidad de Granada de los Prof. Gilbert Fletcher, del M. D. Anderson Cancer Center de Houston, y Emmanuel Van Der Schueren, del Hospital Universitario de Lovaina, autoridades mundiales, ambos, de la Oncología Radioterápica, merecedoras por tanto de tan ilustre distinción, gracias a la generosidad y lealtad que Vicente Pedraza tenía con sus maestros y amigos.
Abordando actividades docentes, y apartándome de las puramente universitarias en las que fue, sin duda, un excelente profesor, destacaré el elevado nivel de los Cursos Teórico-prácticos de Radiobiología Clínica para especialistas oncólogos, que con periodicidad bianual organizaba en Granada en el Salón de Grados de su Facultad de Medicina, apoyándose en el Centro de Investigación Radiobiológica que el mismo dirigía e impulsaba, y que ha sido una de sus señas de identidad, pues la mayoría de los centros, departamentos o servicios de oncología radioterápica españoles no han sabido implementar, como él sí lo hizo, su labor asistencial con la de una investigación básica radiobiológica. Recuerdo como se maravillaba el Prof. Gordon Steel, radiobiólogo británico y profesor asiduo a estos cursos, como lo fui yo en numerosas ocasiones, de las inigualables vistas de la Alhambra, desde uno de los cármenes en los que disfrutábamos de una cena de clausura inolvidable.
Coincidí también con el Prof. Pedraza, a lo largo de muchos años, en la Comisión Nacional de nuestra especialidad de Oncología Radioterápica que él, durante varios años, presidió. Y creo que en ese período todos los componentes de la Comisión aprendimos muchísimo de su “saber hacer” ante los numerosos problemas y controversias que se iban planteando. Supo defender y prestigiar la especialidad de Oncología Radioterápica en el Ministerio de Sanidad, llenándola de contenido con completos y pormenorizados programas docentes. Habiendo nacido él, en su formación, del tronco de la Radiología, supo ver que nuestra especialidad entroncaba más en el área de la Medicina, lo que defendió con tesón. Los debates que se generaban en la Comisión, y que él favorecía y moderaba, se desarrollaban con una absoluta corrección, respeto mutuo, elegancia y espíritu de consenso. Con su fácil verbo conducía las sesiones con gran maestría y, siempre, con talante de diálogo e intercambio de ideas, nunca coactivo. Cuando oigo, tanto en radio como en TV, los frecuentes debates sobre temas políticos, que se asemejan más a un guirigay por las constantes interrupciones y por hablar, o gritar, todos a la vez, no puedo por menos que recordar la fluidez en el desarrollo de nuestras discusiones, gracias a cómo las sabía preparar y dirigir Vicente Pedraza.
Otra cuestión a destacar en él fue su capacidad de aunar o hermanar dos tendencias en el devenir de le Oncología Radioterápica que en los años 70 mostraban sus diferencias. La de los departamentos universitarios dirigidos por catedráticos, la mayoría de ellos discípulos de Don Carlos Gil y Gil, y la de los servicios hospitalarios de los grandes centros de la S.S., de los que la Clínica Puerta de Hierro fue uno de los primeros. Pues bien, al formarse Vicente Pedraza precisamente en este último, y ser también –creo- el primer catedrático universitario de esa especialidad que no pertenecía a la Escuela del Profesor Gil y Gil, se encontró, por decirlo de alguna manera “entre dos aguas, o dos frentes” y, en vez de optar por uno de los dos, supo aproximarlos y favorecer su integración, sirviendo ello para fortalecer a la Oncología Radioterápica como disciplina médica oncológica en el mundo hospitalario y universitario. E intuyo que muchos de los actuales catedráticos con perfil radio-oncológico deben su posición, junto a sus indudables merecimientos, al apoyo que sin duda les brindó Vicente Pedraza.
Al dar estas pinceladas de su importante labor en la Oncología Radioterápica he dejado traslucir también, de algún modo, sus cualidades humanas. A su inteligencia y competencia profesional se unía una gran cultura, rectitud, ecuanimidad, lealtad y generosidad. Siempre estaba dispuesto a ayudar a quien lo necesitase. Aunque a veces mostrase un porte de excesiva seriedad, y quizá de distancia, fruto de una cierta introversión, bastaba conocerle más a fondo para descubrir en él a un ser próximo, afable y sensible.
Y a su amor por la Medicina y la Universidad se unía un gran amor por su familia: su esposa María Eugenia y sus hijos Vicente y Juan José. Con frecuencia acompañabas a Vicente, Mª Eugenia, en actos científicos y sociales en los que destacaba su persona, y de tu proximidad él se sentía orgulloso. Recuerdo también su gran alegría cuando Vicente, su hijo, sacaste la oposición de notarías. Le decíamos los compañeros de la Comisión Nacional que ya no tenía por qué preocuparse del futuro familiar y podía retirarse tranquilo.
Vivimos también con gran zozobra las angustiosas situaciones a las que se enfrentó cuando le diagnosticaron de un tumor pancreático, por suerte en fase incipiente, que asumió y afrontó con enorme entereza. Cuando transcurrieron 5 años de la intervención quirúrgica nos dijo con gran alegría: Ya me puedo considerar curado. Desgraciadamente las secuelas del tratamiento hicieron mella en su salud a lo largo de los últimos años, hasta el punto que una complicación de ellas derivada fue causa de su fallecimiento. Pero sé que afrontó su destino con gran entereza, apoyado en su Fe, fruto de su arraigado catolicismo, y en su familia, Mª Eugenia, Vicente y Juan José, que en todo momento estuvisteis a su lado confortándole y aliviándole.
Siempre recordaremos al Prof. Vicente Pedraza Muriel con enorme afecto y admiración, aunque deja en nuestro corazón una sensación de vacío irreemplazable. Descanse en paz.
Ignacio Petschen Verdaguer
Académico numerario de la Real Academia de Medicina de la Comunidad Valenciana